LA ARGENTINA QUE VIENE
Mauricio
Macri recibió una “pesada herencia” luego de doce años de gobierno K. Ahora la
“pesada herencia” (agravada) cae sobre Alberto Fernández. El nuevo presidente
no habrá de cometer el error del anterior al no exponer la gravedad de la
situación: ante cada tropiezo o dificultad no perderá un minuto en cargar las
culpas sobre la anterior gestión, con razón o sin ella.
En lo
referente a la economía se ha hecho pública la intención de “poner plata en el
bolsillo de la gente” y volcar crédito para la reactivación de la PYMES.
No se
anunciado oficialmente un plan económico pero igualmente es posible elaborar un
análisis de situación.
Hay varios
caminos para alcanzar aquellos objetivos:
Uno consiste
en disminuir la presión tributaria y liberar recursos destinados a incrementar
el consumo. Esta vía puede descartarse si se tiene en cuenta el déficit
creciente de las cuentas públicas y no sería impensado un aumento de aquella.
Otro radica
en un incremento de la inversión privada, local o del exterior, que permita
crear nuevas fuentes y oportunidades de trabajo genuino liberando al Estado de
incrementar el gasto en planes sociales. Objetivo difícil: la economía
argentina carece de un componente indispensable como la confianza, perdida
luego de innumerables confiscaciones, cepos o bonificaciones forzadas.
Además, sin
una flexibilización laboral es improbable que un empresario esté dispuesto a
tomar personal cuando actualmente un juicio laboral desfavorable puede provocar
el cierre de una pequeña empresa. Si una de las bases de apoyo del nuevo
gobierno es el sector sindical se puede descartar cualquier cambio en las
condiciones de trabajo, a pesar de la evidencia internacional que muestra que a
menor rigidez la desocupación disminuye, tal el caso de Estados Unidos.
De otra
parte, con un sistema monetario quebrado y en un contexto de alta inflación,
solamente sería posible generar crédito barato mediante un subsidio aumentando
la presión sobre los ya sufridos contribuyentes.
Debido a la
recurrente escasez de dólares y con
compromisos de pagos de la deuda externa cuya resolución está todavía lejana es
de suponer que el control de cambio ha venido para quedarse; así es posible
evitar la salida de divisas pero al costo de una caída en el ingreso de las
mismas. Ningún inversor traerá dólares si después le es muy dificultoso remitir
ganancias al exterior.
Todo lo
anterior configura un panorama desalentador para cumplir con el objetivo enunciado
al comienzo.
Tal parece
que la única alternativa, como en tantas otras veces, es la emisión monetaria transitando un angosto
sendero que orille la hiperinflación. La única herramienta propuesta hasta
ahora es un acuerdo económico-social entre sindicatos y el sector empresarial
ya ensayado en otras oportunidades y cuyo éxito es efímero excepto que
solamente sirva como apoyo de una reforma estructural de toda la economía. La
“brecha” entre dólar oficial y el llamado paralelo es un indicador a tener en
cuenta sobre el éxito de aquellas medidas habida cuenta de la escasa
confiabilidad de las cifras oficiales durante el anterior período kirchnerista.
En lo
referente a política interna cabe
esperar un retroceso en los procesos judiciales abiertos en causas sobre
corrupción y delitos económicos por no estimar su extinción si en ellos está
involucrada nada menos que la vicepresidente de la Nación.
No será
fácil, para un presidente sin poder propio, controlar el revanchismo latente en
los sectores ultrakirchneristas encarnados en Grabois, Zannini, DElía o tantos
otros que jamás aceptaron que, en el marco de la democracia, un presidente no
peronista llegara al poder.
Tampoco le
será sencillo renegociar una deuda externa cercana al cien por ciento del PBI
con imposición de ajustes políticamente inaceptables para el pensamiento
progresista ni establecer una relación armoniosa con el Brasil, cuyo propósito
es abrirse a otros mercados fuera del Mercosur lo que entra en colisión con la
estrategia ya anunciada de proteger el mercado interno; al margen de conocidas
diferencias personales entre Alberto Fernández y Jair Bolsonaro.
Todo lo
expuesto condiciona, de hacerse realidad, un panorama por lo menos
complejo y que exigirá de nuestra parte
una atenta vigilancia, conservando absoluta
objetividad pero sin un paso atrás en la defensa de la libertad, las
instituciones y la democracia representativa.
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