lunes, 2 de diciembre de 2019


                                                            LA ARGENTINA QUE VIENE
Mauricio Macri recibió una “pesada herencia” luego de doce años de gobierno K. Ahora la “pesada herencia” (agravada) cae sobre Alberto Fernández. El nuevo presidente no habrá de cometer el error del anterior al no exponer la gravedad de la situación: ante cada tropiezo o dificultad no perderá un minuto en cargar las culpas sobre la anterior gestión, con razón o sin ella.
En lo referente a la economía se ha hecho pública la intención de “poner plata en el bolsillo de la gente” y volcar crédito para la reactivación de la PYMES.
No se anunciado oficialmente un plan económico pero igualmente es posible elaborar un análisis de situación.
Hay varios caminos para alcanzar aquellos objetivos:
Uno consiste en disminuir la presión tributaria y liberar recursos destinados a incrementar el consumo. Esta vía puede descartarse si se tiene en cuenta el déficit creciente de las cuentas públicas y no sería impensado un aumento de aquella.
Otro radica en un incremento de la inversión privada, local o del exterior, que permita crear nuevas fuentes y oportunidades de trabajo genuino liberando al Estado de incrementar el gasto en planes sociales. Objetivo difícil: la economía argentina carece de un componente indispensable como la confianza, perdida luego de innumerables confiscaciones, cepos o bonificaciones forzadas.
Además, sin una flexibilización laboral es improbable que un empresario esté dispuesto a tomar personal cuando actualmente un juicio laboral desfavorable puede provocar el cierre de una pequeña empresa. Si una de las bases de apoyo del nuevo gobierno es el sector sindical se puede descartar cualquier cambio en las condiciones de trabajo, a pesar de la evidencia internacional que muestra que a menor rigidez la desocupación disminuye, tal el caso de Estados Unidos.
De otra parte, con un sistema monetario quebrado y en un contexto de alta inflación, solamente sería posible generar crédito barato mediante un subsidio aumentando la presión sobre los ya sufridos contribuyentes.
Debido a la recurrente escasez de dólares y  con compromisos de pagos de la deuda externa cuya resolución está todavía lejana es de suponer que el control de cambio ha venido para quedarse; así es posible evitar la salida de divisas pero al costo de una caída en el ingreso de las mismas. Ningún inversor traerá dólares si después le es muy dificultoso remitir ganancias al exterior.
Todo lo anterior configura un panorama desalentador para cumplir con el objetivo enunciado al comienzo.
Tal parece que la única alternativa, como en tantas otras veces,  es la emisión monetaria transitando un angosto sendero que orille la hiperinflación. La única herramienta propuesta hasta ahora es un acuerdo económico-social entre sindicatos y el sector empresarial ya ensayado en otras oportunidades y cuyo éxito es efímero excepto que solamente sirva como apoyo de una reforma estructural de toda la economía. La “brecha” entre dólar oficial y el llamado paralelo es un indicador a tener en cuenta sobre el éxito de aquellas medidas habida cuenta de la escasa confiabilidad de las cifras oficiales durante el anterior período kirchnerista.
En lo referente  a política interna cabe esperar un retroceso en los procesos judiciales abiertos en causas sobre corrupción y delitos económicos por no estimar su extinción si en ellos está involucrada nada menos que la vicepresidente de la Nación.
No será fácil, para un presidente sin poder propio, controlar el revanchismo latente en los sectores ultrakirchneristas encarnados en Grabois, Zannini, DElía o tantos otros que jamás aceptaron que, en el marco de la democracia, un presidente no peronista llegara al poder.
Tampoco le será sencillo renegociar una deuda externa cercana al cien por ciento del PBI con imposición de ajustes políticamente inaceptables para el pensamiento progresista ni establecer una relación armoniosa con el Brasil, cuyo propósito es abrirse a otros mercados fuera del Mercosur lo que entra en colisión con la estrategia ya anunciada de proteger el mercado interno; al margen de conocidas diferencias personales entre Alberto Fernández y Jair Bolsonaro.
Todo lo expuesto condiciona, de hacerse realidad, un panorama por lo menos complejo  y que exigirá de nuestra parte una atenta vigilancia, conservando  absoluta objetividad pero sin un paso atrás en la defensa de la libertad, las instituciones y la democracia representativa.


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