VENEZUELA
Si un
observador imparcial y totalmente ajeno a la situación imperante en
Venezuela tomara conocimiento de la
misma seguramente no sabría si reír o llorar.
Una economía
desquiciada, con una inflación anual que ya supera el 1000%, desabastecimiento
de los insumos más esenciales, carencia de medicamentos y vacunas con la
reaparición de enfermedades como paludismo, sarampión o difteria, pacientes que
deben emigrar para recibir tratamiento médico ya que en su país se ha tornado
imposible por falta de todo tipo de fármacos y elementos de estudio.
Pero,
mientras tanto, los principales líderes como Cabello o el mismo Maduro aparecen
en difundidos videos bailando despreocupadamente salsa. Todo ello sin dejar de
mencionar anécdotas como aquella que refería a Chavez encarnado en un pájaro.
Lo anterior
sería nada si se piensa en las decenas de víctimas mortales causadas por la
violenta represión de pacíficas manifestaciones. Muchos de ellos jóvenes
desarmados ejecutados por policías o militantes armados por el Gobierno. De por
sí Caracas es una de las ciudades con la más alta tasa de homicidios del
planeta.
En varias
reuniones del Ateneo, cuando el gobierno
de Cristina Kirchner enfrentaba una
situación crítica en su economía, algunos análisis suponían que, por esta razón, el fin del kichnerismo estaba
cerca.
El caso
venezolano desmiente rotundamente esta hipótesis. Si un gobierno mantiene
firmemente en sus manos los resortes del poder, cuenta con la complicidad de
las Fuerzas Armadas y es apoyado por una chusma vociferante que lo apoya movida
por las migajas que se le arrojan y por un profundo resentimiento de clase
puede prolongar su vigencia hasta límites insospechados.
Todo ello
destruyendo sistemáticamente las instituciones republicanas y apelando al
fraude electoral más descarado.
Entonces ¿
cuál es el futuro de Venezuela?
Se ha
planteado la posibilidad de una guerra civil, pero esta no es una salida, es la
entrada a un infierno mil veces peor.
Además para
la generación de tal fenómeno deben darse tres condiciones de manera
simultánea, tal como ha quedado demostrado en otros como el de la guerra civil
española.
En primer
lugar la división de las mayorías populares en dos mitades irreconciliables.
Esto sí ocurre en Venezuela.
En segundo
lugar es necesaria la partición de las Fuerzas Armadas en dos bandos de poder
comparable. Hasta ahora, en Venezuela, aquellas se han mostrado alineadas con
el gobierno con escasísimas excepciones. Casi se diría en una actitud de
abierta complicidad con participación en altos cargos.
El tercer
elemento se vincula con el hecho de que las mayorías civiles enfrentadas tengan
acceso a armas de guerra. Exceptuando a
militantes chavistas y parapoliciales la oposición solamente se ha manifestado
de manera pacífica e inerme.
Por tanto,
las condiciones objetivas para el desarrollo de un conflicto con
características como las mencionadas están, al menos por ahora, muy lejos de
darse.
Naturalmente,
la vía para la búsqueda de una solución se basa en el diálogo entre el
oficialismo y la oposición. El gobierno venezolano ha hecho tabla rasa con
todas las instituciones que pudieran asegurar el funcionamiento normal de la
república tensando al límite la cuerda y tornando muy difícil que aquella
fructifique en un proyecto viable.
A pesar de
la participación de mediadores internacionales se está lejos todavía de un
consenso razonable.
Parece claro
que la intención de los gobernantes de Venezuela es básicamente ganar tiempo y desgastar a la
oposición, lo que ya ha ocurrido con divisiones en la Mesa de Unidad
Democrática.
Si cualquier
proceso eleccionario futuro no constituye ninguna garantía, el porvenir es más
que incierto.
Hay un
antecedente histórico que podría ser aplicado en al caso venezolano.
En 1971
Mohammad Reza Pahlavi, el shah o emperador de Persia, celebró los 2500 años del
Imperio Persa. Con un ceremonial fastuoso cuyo costo ascendió a más de veinte
millones de dólares su régimen parecía casi invulnerable. Aliado de Estados
Unidos, con unas fuerzas armadas de las más importantes de la región y una
sociedad fuertemente occidentalizada nada hacía suponer que pocos años después,
en 1979 el shah debía partir a exilio y el poder recaería en manos de los ayatollah.
Hubo dos
hechos determinantes. Por un lado el vuelco de multitudes en las calles
llevadas por una fe religiosa que corrió como reguero de pólvora, exigiendo
cambios sustanciales en los altos niveles del gobierno sin aceptar tímidos
intentos de liberalización por parte de éste.
Por otro la
actitud de las fuerzas de armadas y de seguridad que, pasados varios episodios
de dura represión, lejos de acatar
órdenes de sus superiores, abandonaron sus armas y se confundieron con los
manifestantes.
Si estas
circunstancias se dan en Venezuela van a ser insuficientes las plazas
disponibles en los aviones para la huída de todos los integrantes de esa casta
corrupta que hoy avergüenza a ese país y al mundo.
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