sábado, 27 de septiembre de 2014

La pelea entre Alberdi y Sarmiento

ERNESTO POBLET COMPARTE ESTE INTERESANTE FRAGMENTO CON TODOS NOSOTROS

(Fragmento extraido del libro "LOS QUIERO DE RODILLAS... Ecografía Histórica Comparativa con los Kirchner en una Argentina Dislocada")  Autor Ernesto Poblet. De próxima aparición.

LA PELEA ENTRE  SARMIENTO Y ALBERDI
 
Los dos más grandes intelectuales de la Argentina del siglo XIX se enfrentaron con virulencia a través de la palabra escrita. Fue una lucha sin cuartel, ninguno de los dos tuvo piedad. Desplegaron lo más profundo de la capacidad creadora de cada uno para destruir al otro por medio tan solo de la pluma y la palabra.


El primer camorrero con Alberdi fue Sarmiento, lo mismo hizo con Urquiza. Apareció otra vez en Chile, después de abandonar las huestes triunfadoras de Urquiza en Buenos Aires, tras derrotar a Rosas. Ocurrió en junio de 1852, cuatro meses habían transcurrido desde Caseros. Encontró en Valparaíso un Alberdi ganador. La imprenta El Mercurio había editado los primeros ejemplares de “Las Bases” que ya estaban en viaje hacia los escritorios de Urquiza, Cané, Mitre, Gutiérrez, Frías y otros amigos importantes. La obra de Alberdi -oportunísima para diseñar la organización nacional- concitó un singular éxito y admiración. Sobre todo en Urquiza, quien en ese momento disfrutaba del inmenso prestigio y poder merecidamente otorgados por sus triunfos. El jefe entrerriano mandó imprimir otras ediciones y enviar el trabajo por todas las provincias. Sarmiento leyó  “Las Bases” y también se entusiasmó, pero no logró ocultar la inquina acumulada contra Urquiza.  Analizada a la distancia, la bronca del sanjuanino provenía más de su temperamento ansioso y atropellado sin apoyarse en fundamentos serios. Despotricaba contra Urquiza por motivos realmente baladíes. Quien lo escuchara podría pensar que el entrerriano lo trató mal, pero no hay ninguna constancia de eso.

Aquel Sarmiento de 42 años, un genio de inteligencia creadora con alguna turbulencia, se sabía talentoso, infatigable y cultivado. No podía tolerar al gaucho-estanciero don Justo José detentando tanto poder después de Caseros. Sentía una cargosa molestia, pues Urquiza no se detenía a escucharlo tanto como él lo apetecía. En pocas palabras, la furia del sanjuanino sobrevino cuando advirtió en Urquiza esa falta de apreciación suficiente sobre su genio, lo cual no dejó de ser un lamentable error (muy excusable) por parte del gran organizador entrerriano. Se precipitaron en la cabeza de Sarmiento dos preconceptos displicentes contra la tendencia federal del entrerriano, por un lado su certera carga anímica contra el  falso “rosismo-federal” en esos momentos de confusa euforia y por el otro, la borrosa creencia de ver en Urquiza un ariete de la barbarie. Debido a su temperamento -algo levantisco- le irritaba que no reconocieran sus méritos y antecedentes, ya había publicado el genial “Facundo” años atrás. La contradicción no dejaba de ser asombrosa: elogiaba –igual que Urquiza- con regocijo “Las Bases” de Alberdi, que significaban el más puro y excelso federalismo,  pero al mismo tiempo acusaba a Urquiza de federal incivilizado, aferrándose para ello en la nimiedad del episodio del cintillo punzó. Esta actitud arrebatada le costó un enorme arrepentimiento dieciocho años después, cuando llegó a Presidente y reconoció en Urquiza un auténtico civilizador, indiscutible organizador de la nación, prolijo administrador y hasta un promotor de la educación mediante la creación de excelentes colegios. ¡Casi dos décadas perdidas por increíbles desencuentros entre dos personajes excepcionales y complementarios entre sí…!

Alberdi ejercía la profesión de abogado en Valparaíso. Con sus ganancias había adquirido “Las Delicias”, una cómoda quinta. Sarmiento vivía con su esposa doña Benita en la confortable residencia de Yungay. Ambos en Valparaíso. Unos cuantos amigos de Alberdi fundaron El Club Constitucionalpara apoyar la posición de Urquiza frente a los rebeldes separatistas de Buenos Aires.  Ciertos testimonios dejaban entrever la decisión de no invitar a participar del Club a Sarmiento temiendo a su temperamento impulsivo y cuasi violento. Al enterarse el sanjuanino  -tras ofuscarse-   se volcó con armas y bagajes en favor de los porteños.  No por ello vamos a inferir este episodio como único causal motivador de tan importante decisión.

En agosto de 1853, el gobierno de Urquiza en Paraná designaba a Alberdi embajador de la Confederación  en la República de Chile. La noticia se recibió con alborozo en el ambiente argentino de Valparaíso. En aquellos momentos Sarmiento todavía compartía algo de esa alegría. No pasó mucho tiempo hasta que Alberdi se encontró con un nuevo libro de Sarmiento, de reciente aparición en Chile. Un brillante trabajo exponiendo las grandes ideas y estrategias del prócer sanjuanino sobre la concepción de su país.  El libro fue escrito entre los campamentos y los trajines  preparatorios de la batalla de Caseros.  Quizá por eso debió soportar un nombre no muy apropiado ni elegante para su excelso contenido: CAMPAÑA DEL EJÉRCITO GRANDE.  De golpe, el tucumano don Juan Bautista observa una dedicatoria del sanjuanino acusándolo de: "...el primer desertor de Montevideo a la llegada de las tropas rosistas". Alberdi explotó. No lo pudo soportar. Le sobrevino un furibundo ataque de ira. Maldecía, quería “destruir al loco”. Ahí empezó uno de los más absurdos y prolongados conflictos...

En enero de 1853, don Juan Bautista había decidido veranear en casa de sus amigos Sarratea, en la ciudad de Quillota. Se lo veía entre los árboles, el buen aire, los arroyos, el piano, pero no aguantaba el entripado vibrando desde adentro contra Sarmiento. Se dispuso a escribir las CARTAS QUILLOTANAS con irreprimible aversión. Le espetaba a Sarmiento ser un tirano como Rosas, lo acusaba de ejercer el odio desde el periodismo  “...y ahora que no puede frenarse enfoca su odio contra Urquiza... primero elogia al entrerriano y después lo insulta por un simple despecho".  Para terminar acotando:“...Sarmiento es el verdadero gaucho malo o bárbaro de la prensa, que pretende detener la organización nacional hasta que Urquiza sea eliminado...”  Elegía Alberdi con rigurosidad diabólica los calificativos más eficaces para zaherir a su contrincante.  

Sarmiento leyó las CARTAS QUILLOTANAS y no tardó en despertar su fecunda tirria. Empezó a escribir con llamaradas de furor LAS CIENTO Y UNA. Calificaba a Alberdi de "simulador, templador de pianos, venal compositor de minués, mal abogado y periodista de alquiler, camorrista y saltimbanqui, mujer por la voz y abate por los modales, conejo por el miedo y eunuco por su falta de aspiraciones políticas..."

Alberdi volvió a contestar por medio de un folleto. Respondió uno a uno los cargos del sanjuanino. Publicó las cartas con los antiguos elogios enviados por Sarmiento y se preguntaba: ¿...Cuándo miente? ¿...miente cuando me elogia o miente cuando me insulta? Y así pasaron los años y las décadas. Siempre alejados y tras un muro de bronca nuestros dos más brillantes pensadores. Sólo se recordaban con fastidio el uno del otro.

Hasta la llegada del año 1876, plena presidencia de Nicolás Avellaneda con el veterano ex presidente Sarmiento ejerciendo el Ministerio del Interior. Se enteró del arribo  de Alberdi procedente de Europa. Mandó su landó al puerto para recibirlo con honores. Alberdi, apenas superado el grato estupor, decidió llegarse hasta el Ministerio en el mismo carruaje para agradecer el gesto de su viejo enemigo.

Sarmiento en una reunión se enteró de la presencia de don Juan Bautista esperándolo en las antesalas. Interrumpió abruptamente la reunión.  Expansivo, eufórico, apareció a los gritos en la antesala  “Dr. Alberdi - a mis brazos...”.  No solamente lloraban los dos viejos inmortales, todos los presentes acompañaron el abrazo tras una cortina de lágrimas. La escena expandía una emoción incontenible. Se trataba de un final conmovedor para tan famosa y prolongada “enemistad”. De una reyerta donde en lugar de armas convencionales los dos duelistas sólo blandieron sus plumas y sus agravios verbales a través de libros fervientes de dignidad impulsiva. ¡Culminaron así dos décadas y media de ese distanciamiento incomprensible, protagonizado por estos dos cascarrabias asombrosos, geniales y exasperadamente abnegados…!

 

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